miércoles, 18 de septiembre de 2013

Caperucita roja (versión personal)


Había una vez una niña linda  y graciosa, pero algo desobediente, que vivía con su mamá en una casita cercana a un bosque.
Su abuelita, a la que ella adoraba y vivía al otro lado del bosque, le había hecho una hermosa caperuza roja. Tanto le gustaba la caperuza a la niña que siempre la llevaba puesta y todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, nuestra amiguita estaba jugando junto a su casa, cuando su mamá le dijo: "Caperucita, tienes que ir a casa de tu abuelita, que está enferma, y le llevarás esta cestita con una rica tarta de manzana y un poquito de vino dulce".
Caperucita se puso feliz al pensar que iría a casa de su queridísima abuela y ya se ponía en marcha, cuando su madre  le advirtió: "Hija mía, recuerda que anda el lobo suelto en el bosque, así que no se te ocurra ir por el camino corto que lo atraviesa, ve por el largo que lo rodea"
"Sí, mamá, no te preocupes, eso haré" dijo Caperucita, después de darle un beso a su madre y antes de salir de casa.
Pero justo cuando llegó al cruce donde el camino se dividía en dos, pensó: "Si voy por el camino largo, tardaré más en llegar a casa de mi abuelita, en cambio, si tomo el camino corto, llegaré antes y podré estar en su compañía un ratito más. Además, a mí no me dan miedo los lobos, y mi mamá no se va a enterar." Y, ni corta ni perezosa, agarró el camino corto y se adentró en el profundo bosque.
Iba Caperucita tan feliz, cantando y saltando, sin darse cuenta de que no estaba sola, y que alguien la vigilaba desde que entró en el bosque, esperando el momento propicio para acercarse a ella.
Por eso, Caperucita se asombró, cuando al tomar una pequeña curva del camino, de detrás de un árbol, apareció el terrible lobo feroz.
"Hola, Tú eres Caperucita Roja ¿no? ¿adónde vas tan solita por este bosque?", dijo el lobo, fingiendo amabilidad, y procurando que su voz sonara lo menos terrible posible (cosa que le resultó bastante difícil).
"Hola, Lobo, Voy a casa de mi abuela, que está enferma, a llevarle una cestita con una rica tarta de manzana y un poquito de vino dulce"
Cuando el lobo oyó lo de la tarta de manzana se le pusieron los ojillos brillantes, porque no había nada que le gustara más en el mundo que la tarta de manzana, y rápidamente empezó a planear cómo hacer para quitarle la cesta a Caperucita.
"Qué pena que tu buena abuela esté enferma, con lo simpática y amable que es, ¿no te gustaría llevarle un ramito de estas hermosas flores que crecen junto al camino? Yo te ayudaría pero acabo de recordar que tengo algunos mandados que hacer y tengo que irme."  Y, sin más, se fue corriendo.
Caperucita, extrañada por la actitud del lobo, pensó que no era mala idea eso de llevarle un ramito de flores a su abuela, porque a ella le encantaban las flores del campo. Así que se entretuvo a hacerle un hermoso ramillete. Y siguió por el camino, tan feliz como antes. No, mucho más feliz, porque se había encontrado con el lobo y se había portado como una niña valiente y decidida, y el lobo había resultado ser algo extraño, pero nada temible.
Claro que Caperucita no sabía que el lobo había llegado, mientras tanto, a la casa de la abuela. Y en ese momento estaba tocando la puerta y la abuelita le decía: "Caperucita, ¿eres tú, hijita?, pasa, pasa"
Y el lobo, a pesar de que no era para él la invitación, pasó. Cuando la abuela vio entrar a semejante ser en su casa, y por muy amable que fuera con todos, se llevó un susto tremendo. Como le hubiera pasado a cualquiera, su primera reacción fue la de empezar a gritar: "¡un lobo, un lobo en mi casa!", y la segunda reacción fue huir. De modo que salió corriendo, a pesar de que el largo camisón se le enredaba entre los pies y no le permitía moverse con facilidad.
Al salir la abuelita de forma tan precipitada, el gorro de dormir se le cayó al suelo. El lobo lo agarró, se lo puso en su cabezota y se acostó en la cama de la viejita, dispuesto a esperar a que Caperucita (y la tarta de manzana) llegaran a la casa. En ese instante, tocaron la puerta.
"Abuelita, abuelita, ya estoy aquí, te he traído una tarta de manzana y un poquito de vino dulce"
"Pasa, pasa, niñita, acércate a mi cama y muéstrame lo que traes en esa cestita", dijo el lobo intentando disimular su ronca voz y fingiendo ser la abuelita.
Caperucita estaba tan convencida de estar hablando con su abuela, que no sospechó nada, hasta que ya, junto a la cama, donde el lobo se tapaba hasta las orejas, empezó a notar que su abuela se veía diferente.
"Abuelita, abuelita, ¡qué ojos tan grandes tienes!", "son para verte mejor, mi niña", "Abuelita, abuelita, qué orejas tan grandes tienes" "son para escuchar mejor tu dulce voz", "Abuelita, abuelita, qué narizota más grande tienes" "Es para oler mejor esa rica tarta que me traes y esas hermosas flores que llevas en la mano" "Abuelita, abuelita, qué boca más grande tienes" Y, dando un salto enorme el lobo dijo: "es para comerme mejor esa rica tarta de manzana". En ese momento, la puerta de la casa se abrió y entraron al mismo tiempo, la abuelita, la mamá de Caperucita y un cazador con aspecto de enojado: "ni se te ocurra tocar esa cesta" dijo la mamá de la niña, mientras que el cazador intentaba agarrar al lobo, que ahora era el que corría asustado fuera de la casa. "No, nooooo, por favor, no me maten, sólo quería comer tarta de manzana, pero prometo nunca más querer quitársela a nadie."
Jamás volvió a verse al lobo por aquellas zonas, se comentaba que se había mudado al pueblo de los Tres Cerditos, pero nadie pudo confirmarlo.
En cuanto a Caperucita, que también se había llevado un buen susto, prometió que nunca más volvería a desobedecer a su mamá y que siempre seguiría sus consejos.
La abuelita se curó de su enfermedad y de un ligero resfriado que agarró al correr en camisón por el bosque. Y del cazador, ni se sabía nada antes, ni se supo nada después.
Y colorín, colorado este cuenta se ha acabado.